La emigración interna en Cuba es cada vez más frecuente y ya sus efectos originan no pocos procesos que preocupan a sociólogos, demógrafos y otros estudiosos.
El fenómeno es tan antiguo como la especie humana misma; sin embargo, en la mayor de las Antillas se acentúa, sobre todo en los últimos tiempos, donde muchos habitantes de zonas rurales no toleran la especie de abandono al que se enfrentan.
Las montañas son accidentes geográficos imprescindibles para la vida. Los países que las poseen buscan tácticas para protegerlas a toda costa. Las medidas de sostenibilidad deben ser prioridades para los gobernantes.
Estas regiones son fuentes de oxígeno, agua dulce, alimentos, masa forestal, refugio faunístico y otras bondades que elevan la calidad de vida no solo de quienes las habitan, sino del resto de la población.
Una de las estrategias gubernamentalescubanas, surgida el 2 de junio de 1987 y conocida como Plan Turquino, tiene entre sus objetivos atender a los habitantes de las zonas campestres, ya sea en comunidades o en viviendas aisladas.
Las zonas montañosas, donde residen apenas seis de cada cien cubanos, comprenden unos 22 000 kilómetros cuadrados; todos insertados en este Programa de atención al desarrollo Integral.
Según cálculos de la Oficina Nacional de Estadísticas (ONE) solo el 18 % de la superficie cubana está constituida por zonas montañosas, con poco más de 600 000 habitantes.
El país está dividido en cuatro macizos montañosos que abarcan unos 50 municipios de las provincias Pinar del Río, Villa Clara, Cienfuegos, Sancti Spíritus, Granma, Santiago de Cuba, Holguín y Guantánamo, la de mayor población rural.
Sin embargo, lo que se ha hecho no frena el éxodo del campo a la ciudad. Cada vez son más los que parten y comienzan el trazado migratorio que los lleva hacia cabecerasmunicipales, provinciales o La Habana.
A esas capitales llegan los montunos en busca de mejores oportunidades de empleo, servicios educativos superiores, prestaciones de salud de alta calidad y un nivel de vidamás óptimo.
La cifra de migrantes internos aumenta en detrimento de los que se quedan en las lomas con las mismas limitaciones de todos los cubanos; pero es allí donde, en la gran mayoría de las ocasiones, se acentúan considerablemente.
Falta de servicios básicos, llegada nula o tardía de insumos para el trabajo agrícola, escasas ofertas recreativas, desatención a las vías de comunicación terrestre, son entre otros, pilares de este fenómeno.
Según ECURED “el desarrollo económico productivo en estas zonas, al igual que en el resto del país, estuvo muy deprimido en la década de los 90 por la crisis económica del período especial.”
La enciclopedia colaborativa agrega que “más del 80% de las viviendas enclavadas en las montañas están electrificadas. Casi el 50% de las poblaciones están conectados telefónicamente y más del 40% cuenta con acueducto para el abasto de agua.”
Empero, el abandono continúa. El desafío de las autoridades está en frenar esa huida, pero con medidas efectivas, sobre todo a un plazo inmediato. Mientras se multiplican las casas y zonas desocupadas, se percibe cierta inercia entre los responsables de que la gente de campo se enamore de su pedacito de patria.
El fenómeno lleva una lectura mayor cuando muchos de esos no se detienen en las urbes cubanas, sino que saltan las fronteras para irse a otras naciones con nuevas oportunidades de crecimiento económico.
Un capítulo aparte merece ese fenómeno, lo que da una sensación de “país que se vacía de gente calificada y de jóvenes”; aunque las causas de ese otro movimiento no difieren mucho de lo que originan el proceso a nivel nacional.
Emigrar siempre estuvo entre las proyecciones personales de muchos cubanos, pero no es hasta hace pocos años en que se experimenta un creciente éxodo.
Mientras la diáspora cubana crece, apremia una discusión popular que guiada por una sólida, incorruptible y comprometida gestión gubernamental borre ese reflejo de “vacuidad” que fulgura en el país.
El discurso oficial reconoce que “Las montañas cubanas, que corrieron el peligro de despoblarse, reciben una atención especial del Gobierno y el Estado en aras de preservar tan relevantes ecosistemas, repoblarlos y potenciar continuamente varias producciones tradicionales.”
Pero, evidentemente la maniobra estatal no ha dado los frutos deseados; por lo que urge un reenfoque estratégico que de inmediato cambie el panorama, de manera tal que los de allí se queden y, ¿por qué no soñar con el regreso a su tierra natal de los que se fueron?
Hace algunas décadas ese paso se pensaba más por la tradición familiar y ese arraigo característico de la gente del campo. Hoy las nuevas generaciones no se detienen ante la fuerza de ese historial de arraigo, calor humano y amor, y levantan el vuelo.
Se debe pensar con seriedad en el impacto de la migración desde las comunidades rurales hacia las urbes. El envejecimiento de la población, los desafíos en la agricultura y los riesgos de sostenibilidad local son problemáticas que afloran en esas regiones.
Otras deficiencias trae consigo el fenómeno a las áreas urbanas: superpoblación, presión sobre la infraestructura de servicios y el desafío de integrar a los nuevos residentes con sus tradiciones.
“Despegarse es verdaderamente doloroso, pero más duele perder los mejores años de la vida entre montañas, bosques, cafetales y campos agrícolas; a veces sin un poco de los muchos beneficios y atenciones que hay enlas ciudades de Cuba, sobre todo en La Habana”.
Ese testimonio resume criterios de algunos que un día partieron y ya han echado raíces familiares y laborales entre asfalto, concreto, bullicio citadino y aires más modernos.
Garantizar el desarrollo equitativo entre áreas rurales y urbanas es muy difícil en un país que atraviesa una inclemente crisis económica que impacta en el presente y recalca la incertidumbre del futuro.
Sin dudas, la situación abrevia y destaca las complejidades del fenómeno de la emigración interna en Cuba, al tiempo que matiza sus laberintos y las implicaciones para el porvenir de esta dinámica social en evolución.
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